viernes, 29 de agosto de 2008

Un insulto a la inteligencia


Así como muchas veces las palabras de los políticos no interesan a la opinión pública por repetitivas, aburridas, obvias o poco creíbles, otras veces interesan por la preocupación o la alarma que pueden generar, o también por su efecto sobre las pasiones de los ciudadanos o las masas. Por ejemplo, anteayer, el discurso que la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner dio en la ciudad de Villa Paranacito fue bastante lavado y vago. Aunque muchos intentaron descifrarlo, no quedó claro sobre qué (o quién) estaba hablando cuando aseguró, en la parte central de su discurso: “la verdadera política son los hechos, las obras, la conducta y las acciones, lo demás es apenas un ejercicio mediático que entretiene unos instantes, que puede distraer durante algún tiempo, pero que queda finalmente en eso: un exclusivo ejercicio mediático y ningún resultado”. El contenido en sí, es bastante coherente, pero cuando los dichos de los políticos no se relacionan directamente con un hecho determinado de la realidad, quedan en eso, sólo palabras. Pero ayer, la Presidenta dijo palabras que, tomadas por su significado estricto, son verdaderamente preocupantes: “Hoy estamos discutiendo sobre un peso mas o un peso menos con la CGT en ese sentido y años atrás, nadie podía pensar que un trabajador podría tener un salario que pagara ganancias. Estamos en un país diferente”. Cualquier trabajador sabe por su propia experiencia cuánto ha caído el poder adquisitivo de los salarios, y es por eso y no por lo contrario -como asegura la Presidenta-, que se reclama no pagar ganancias. No puede compararse lo que implicaba para un empleado ganar 3.000 ó 4.000 pesos durante la Convertibilidad, a lo que es ahora. Lamentablemente, de las declaraciones presidenciales sólo se puede deducir que, o Cristina no sabía de lo que estaba hablando o que, en el peor de los casos, se burla de la inteligencia de los trabajadores argentinos.

martes, 26 de agosto de 2008

Saber de qué se trata

Lejos de hacer mella en algunas malas costumbres del Gobierno, el conflicto con el campo parece provocado que se cierre aún más sobre sí mismo. Una muestra de ello es que, el anuncio de que aumentará el presupuesto de la Secretaría de Agricultura en 1000 millones de pesos, generó nuevos cuestionamientos entre los ruralistas, que vuelven a protestar activamente. Ayer, productores de la ciudad santafecina de Armstrong se concentraron para realizar un tractorazo por la ruta 9 que encabezó el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. Fue tras la masiva asamblea que encabezó en Olavarría el sábado último. "Hay mucho ruido y pocas nueces", fue la advertencia que dejó el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi, quien estuvo a cargo del discurso de cierre. La asignación presupuestaria para el área que controla Carlos Cheppi no conforma al campo. El sector no sólo la cuestiona el monto, que considera insuficiente, sino el destino que se dará a la partida; temen, sobre todo, que el dinero no llegue a los pequeños productores. El Gobierno insiste en marginar a quien se le oponga, como si ninguna institución tuviese real representatividad. Decidieron una vez más una distribución inconsulta, arbitraria y, lo peor de todo, a espaldas de la sociedad, como si ellos, los representantes de la ciudadanía no tuvieran que dar explicaciones sobre lo que hacen con los fondos que pertenecen a la Nación. Por suerte, hay instituciones que han retomado la iniciativa, como el Congreso de la Nación. Ayer, el Secretario de Transporte Ricardo Jaime, tuvo que explicar en el Senado, por primera vez desde que comenzó su gestión, cómo se negoció la reestatización de Aerolíneas Argentinas y cómo administró él dinero de su cartera, que es el dinero de toda la sociedad. Ya que el Gobierno Nacional está empecinado esquivar las consultas de los medios, es absolutamente correcto y necesario que los legisladores exijan la información a la que el ciudadano común no puede acceder.

lunes, 18 de agosto de 2008

El mundo de las imágenes


A mediados de la década del sesenta un Presidente de la Nación, el radical Arturo Illia, y todo su equipo de Gobierno fueron blanco de una campaña de desprestigio en los medios que terminó por hundirlo. La imagen del mandatario nacional era representada por una tortuga, una imagen que pretendía mostrar la lentitud y la falta de energía con que gobernaba. La insistencia de reconocidas revistas políticas de la época, logró un desprestigio tal que allanó el camino hacia un golpe de Estado. En la década de los ’90, la imagen del Presidente Carlos Menem fue asociada constantemente con la corrupción, con lo que finalmente el ex mandatario terminó pasando una temporada en cárcel sin que, hoy por hoy, prácticamente nadie recuerde por cuál causa fue preso. A los ojos de la sociedad, que Menem haya terminado encarcelado era -más allá de lo estrictamente judicial-, un acto de justicia. Ni hablar de Fernando De la Rúa, del “dicen que soy aburrido”, de su famoso paso por VideoMatch con la consecuente parodia, y sus discursos delirantes cuando ya todos lo consideraban ex. El propio De la Rúa, hace poco tiempo, admitió ante la Justicia el daño que le causó a su imagen el episodio en la televisión, y hasta lo consideró parte de un plan para derrocarlo. Desde el inicio del conflicto del campo, la pareja presidencial ha sufrido una erosión semejante a las anteriores. Los discursos anacrónicos de Néstor Kirchner; los gastos desmesurados de la Presidenta en lujos innecesarios; las sospechas de millonarios casos de corrupción, entre otras cosas, han generado una creciente incredulidad en la pareja presidencial y ha cubierto con un manto de sospecha a todos los altos funcionarios nacionales. Ayer, en la portada del diario Crítica de la Argentina, que conduce Jorge Lanata, se publicó una foto trucada en la que Kirchner corre y aventaja a atleta jamaiquino que logró el récord mundial en las Olimpíadas, y titula irónicamente: “¿Quién es el hombre más rápido del mundo?”. La tapa hace referencia a una nota sobre un sospechoso negocio inmobiliario realizado por el ex Presidente en El Calafate, que le dejó Kirchner una millonaria ganancia. ¿Era posible, un año atrás, que un diario se atreva a publicar semejante acusación contra uno de los miembros de la pareja presidencial?.

martes, 12 de agosto de 2008

El pasado, a través de sus protagonistas


Una visión impresionante, de una honestidad histórica e intelectual pocas veces vista ni en los medios, ni en la literatura ni mucho menos en la política argentina. A continuación, una columna del escritor Martín Caparrós, sobre aquellos tiempos.


El peor acuerdo

Por Martín Caparrós
25.07.2008
(Publicado en Crítica de la Argentina)



Nunca hubiera pensado que alguna vez podía llegar a estar de acuerdo con el hijo de puta del ex general Luciano Benjamín Menéndez. Y sin embargo, ayer.
Ayer, en su alegato final, el ex Menéndez, ex jefe de una de las unidades militares más asesinas, el Tercer Cuerpo de Ejército, hombre de cuchillos tomar y de presos matar, peroró en su defensa. Dijo, en síntesis, que las fuerzas armadas argentinas pelearon y ganaron para “evitar el asalto de la subversión marxista”. Y yo también lo creo.
Con algunos matices. La subversión marxista –o más o menos marxista, de la que yo también formaba parte– quería, sin duda, asaltar el poder en la Argentina para cambiar radicalmente el orden social. No queríamos un país capitalista y democrático: queríamos una sociedad socialista, sin economía de mercado, sin desigualdades, sin explotadores ni explotados, y sin muchas precisiones acerca de la forma política que eso adoptaría –pero que, sin duda, no sería la “democracia burguesa” que condenábamos cada vez que podíamos.
Por eso estoy de acuerdo con el hijo de mil putas cuando dice que “los guerrilleros no pueden decir que actuaban en defensa de la democracia”. Tan de acuerdo que lo escribí por primera vez en 1993, cuando vi a Firmenich diciendo por televisión que los Montoneros peleábamos por la democracia: mentira cochina. Entonces escribí que creíamos muy sinceramente que la lucha armada era la única forma de llegar al poder, que incluso lo cantábamos: “Con las urnas al gobierno / con las armas al poder”, y que falsear la historia era lo peor que se les podía hacer a sus protagonistas: una forma de volver a desaparecer a los desaparecidos. Me indigné y, de tan indignado, quise escribir La voluntad para contar quiénes habían sido y qué querían realmente los militantes revolucionarios de los años sesentas y setentas.
(A propósito: es la misma falsificación que se comete cuando se dice, como lo ha hecho Kirchner, que este gobierno pelea por realizar los sueños de aquellos militantes: esos sueños, está claro, eran muy otros. En esa falsificación, Kirchner y el asesino ex se acercan; ayer Menéndez decía que “los guerrilleros del 70 están hoy en el poder”, sin ver que, si acaso, los que están alrededor del gobierno son personas que estuvieron alrededor de esa guerrilla en los setentas y que cambiaron, como todo cambió, tanto en los treinta últimos años que ya no tienen nada que ver con todo aquello, salvo para usarlo como figura retórica.)
Es curioso cómo se reescribió aquella historia. Hoy la mayoría de los argentinos tiende a olvidar que estaba en contra de la violencia revolucionaria, que prefería el capitalismo y que estuvo muy satisfecha cuando los militares salieron a poner orden. “Ostentamos el dudoso mérito en ser el primer país en el mundo que juzga a sus soldados victoriosos, que lucharon y vencieron por orden de y para sus compatriotas”, dijo el asesino –y tiene razón. Pero la sociedad argentina se armó un relato según el cual todos estaban en contra de los militares o, por lo menos, no tenían ni idea. Es cierto que no podían haber imaginado que esa violencia era tan bruta, tan violenta, pero había que ser muy esforzado o muy boludo para no darse cuenta de que, más allá de detalles espantosos, las fuerzas armadas estaban reprimiendo con todo.
El relato de la inocencia mayoritaria se ha impuesto, pese a sus contradicciones evidentes. Los mismos medios que ahora cuentan con horror torturas y asesinatos las callaron entonces; los mismos partidos políticos que se hacían los tontos ahora las condenan; los mismos ciudadanos que se alegraban privada y hasta públicamente del retorno del orden ahora se espantan. Y todos ellos conforman esta masa de ingratos a la que se dirige el muy hijo de exputa: “Luchamos por y para ustedes” –les dice y, de hecho, los militares preservaron para ellos el capitalismo y la democracia burguesa. Pero la sociedad argentina se ha inventado un pasado limpito en el que unos pocos megaperversosasesinos como éste hicieron a espaldas de todos lo que ellos jamás habrían permitido, y les resulta mucho más cómodo. Como les resulta mucho más cómodo, ahora, indignarse con el ex que repensar qué hicieron entonces, a quién apoyaron, en qué los benefició la violencia de los represores, y lo fácil que les resultó, muchos años después, asombrarse, impresionarse e indignarse.
El ex Menéndez es, sin duda, un asesino, y ojalá que se pudra en la cárcel. Es obvio que no es lo mismo la violencia de un grupo de ciudadanos que la violencia del Estado, pero es tonto negar que nosotros proponíamos la guerra popular y prolongada como forma de llegar al poder. Y también es obvio que la violencia de los militares no les sirvió sólo para vencer a la guerrilla: lo habrían podido conseguir con mucho menos.
Durante mucho tiempo me equivoqué pensando que los militares habían exagerado: que la amenaza revolucionaria era menor, que no justificaba semejante despliegue. Tardé en entender que los militares y los ricos argentinos habían usado esa amenaza como excusa para corregir la estructura socioeconómica del país: para convertir a la Argentina en una sociedad con menos fábricas y por lo tanto menos obreros reivindicativos, para disciplinar a los díscolos de cualquier orden, y para cumplir con las órdenes reservadas del secretario de Estado USA, su compañero Kissinger, que les dijo en abril de 1976 que debían volver a convertir a nuestro país en un exportador de materia prima agropecuaria.
Es lo que dijo el ex: “¡Y nosotros estamos siendo juzgados! ¿Para quién ganamos la batalla?”. Porque es cierto que la ganaron, y que su resultado principal no son estos juicios sino este país sojero.
Ése es el punto en que casi todos se hacen los boludos. La indignación siempre fue más fácil que el pensamiento. Supongo que es mejor que muchos, para sentirse probos, prefieran condenar a los militares antes que seguir apoyándolos como entonces. Pero no deja de inquietarme que todo sea tan fácil y que sólo un asesino hijo de puta suelte, de vez en cuando, ciertas verdades tremebundas.

Independencia y subordinación a los mercados

Los mercados le dieron a la Argentina, pero no porque haya señales de una crisis económica, sino porque se cansaron de las informalidades y de las irregularidades del Gobierno Nacional. La agencia crediticia Standard & Poor´s (S&P) bajó sus calificaciones soberanas de largo plazo en moneda local y extranjera de la República Argentina a ´B´ desde ´B+´ en su escala global. Esto ahogó el plan del Gobierno de la recompra de bonos de la deuda, la primera medida destinada a paliar la crisis financiera después de intentar minimizarla durante días. La Bolsa, en tanto, abrió con una leve baja de 0,12% y no paró de profundizar sus caídas. El índice Merval de las acciones de las empresas líderes de la Bolsa de Comercio porteño bajó 3,81%, hasta los 1.708,95 puntos. Entre las causas que dispararon el malestar en los mercados se destacan la defensa del rumbo oficial expresada por la presidenta Cristina Kirchner en la primera conferencia de prensa y la venta de bonos a Venezuela a una tasa del 15% anual, cuando países como Perú o Bolivia pueden conseguir el mismo crédito, al 7 u 8 por ciento. Pero hay otro dato. La difusión de una tasa de inflación de apenas 0,4%, cuando el mercado esperaba 0,6 o 0,7%, pese a que los cálculos privados la ubicaban entre 1,4 y 1,8% afectó el humor de los inversores. Es decir, que no esperan buenos índices, esperan simplemente que el Gobierno sincere los datos. Lo ideal para cualquier Gobierno, es independizar sus acciones del humor de los mercados, sin embargo el acceso a ellos tiene sus beneficios. En algún momento el Kirchnerismo pudo darse ese lujo, pero evidentemente ya no. Ahora, la serie de errores políticos cometidos en los últimos meses, han provocado una importante limitación en su capacidad de acción. Por ello le quedan dos caminos: recuperar la credibilidad y el apoyo social perdido (desde empresarios hasta los gremios), o directamente subordinarse a los caprichos del mercado. Si lograse lo primero, lo segundo tendría que llegar solo. ¿Hay voluntad política para hacerlo?

martes, 5 de agosto de 2008

Un discurso inadecuado


Cristina Kirchner y Luiz Inacio Lula Da Silva se reunieron ayer para profundizar la alianza productiva entre los dos países, luego de fuertes cruces entre Argentina y Brasil sobre la liberalización del comercio internacional. Ambos coincidieron, aunque con matices, en el acuerdo para aprovechar lo que llamaron "la oportunidad histórica" que ofrece la situación económica mundial. Lula llamó a que la integración entre Brasil y la Argentina "sea cada vez mayor". Dirigiéndose a los empresarios, destacó la necesidad de "discutir acciones concretas para fortalecer la integración" y afirmó que los hombres de negocios "tienen un papel crucial" en esa etapa. Por último, dijo: "los intereses soberanos de cada estado son intocables". Antes que el brasileño, Cristina aseguró que "nuestros países atraviesan una etapa de crecimiento y comunión inédita”. En este contexto, elogió la "convicción de la clase dirigente de Brasil" para "generar un modelo de desarrollo productivo que hiciera de la búsqueda de competitividad el eje del desarrollo" del país vecino. Enseguida, contrapuso esa actitud a lo ocurrido en la Argentina. "Por distintas experiencias históricas y políticas se creyó que podíamos ser sólo un país de servicios", se lamentó. ¿Por qué incluyó la Presidenta un párrafo que sólo incumbe a la política interna? ¿No sería mejor, como hacen en Brasil, mostrarnos como un estado unido? ¿No es hasta denigrante para una Nación ir a comentar las peleas domésticas a nuestro vecino poderoso? ¿No es ofensivo para los empresarios argentinos la comparación de la Presidenta? ¿Los empresarios brasileños son todos santos patriotas que priorizan los beneficios para su sociedad sin importar la rentabilidad? ¿No perteneció Cristina a la clase dirigente argentina de los últimos 15 años? Las referencias de la Presidenta a las administraciones y la dirigencia pasadas son por lo menos inadecuadas, sino absurdas en esas circunstancias.

sábado, 2 de agosto de 2008

De qué se trata

"Unidos hemos comenzado esta lucha y, pese a quien le pese, unidos la terminaremos", afirmó ayer el titular de la Sociedad Rural Argentina, Luciano Miguens, al dejar inaugurada oficialmente la 122 Exposición Agrícola Ganadera. En su discurso, el dirigente ruralista advirtió que "no" aceptarán "los intentos de disgregación" que consideran que existen desde el gobierno nacional. Apenas un par de horas después, y en la primera conferencia de prensa desde su asunción, Cristina Fernández de Kirchner le respondió al campo: "la discusión no tiene que ver con que estemos unidos o desunidos sino con qué modelo económico nos vamos a desarrollar". "La unidad no pasa por la homogeneidad en cuanto a las propuestas e ideas, sino poder debatir un modelo que pueda dar crecimiento y movilidad social ascendente", afirmó. Fernández de Kirchner señaló, además, que en la convocatoria del Bicentenario "siempre estuvo abierta para todos los sectores económicos y sociales". Es absolutamente cierto que la unión o los enfrentamientos entre distintos sectores de la sociedad deben estar condicionados por la discusión del país que propone cada uno, y no al revés. Es decir, no se puede esconder diferencias sólo para aparentar una unión nacional. Las diferencias, en el debate, son enriquecedoras y son preferibles puntos de vista enfrentados aunque genuinos, a posiciones homogéneas hipócritas para aparentar una falsa simpatía. Sin embargo, es mucho más dañina la forma inversa, esa que sostuvo el oficialismo durante el conflicto con el campo: inventar diferencias donde no las hay, para encubrir intereses sectoriales inadmisibles públicamente. Es decir, mucho peor que “mentir amor” para sostener la unidad, es inventar contradicciones para justificar resentimientos irracionales. Entonces, la cuestión no es si estamos unidos o no, sino si las diferencias fueron suficientemente importantes para justificar tamañas movilizaciones políticas y agresiones contra un sector de la sociedad, a la que el Gobierno insistió en denominar “oligarquía”, una arbitraria abstracción con la que se pretendió amontonar y condenar a todo aquel que no adhiriera a las pretensiones (¿caprichos?) del kirchnerismo.