sábado, 2 de agosto de 2008

De qué se trata

"Unidos hemos comenzado esta lucha y, pese a quien le pese, unidos la terminaremos", afirmó ayer el titular de la Sociedad Rural Argentina, Luciano Miguens, al dejar inaugurada oficialmente la 122 Exposición Agrícola Ganadera. En su discurso, el dirigente ruralista advirtió que "no" aceptarán "los intentos de disgregación" que consideran que existen desde el gobierno nacional. Apenas un par de horas después, y en la primera conferencia de prensa desde su asunción, Cristina Fernández de Kirchner le respondió al campo: "la discusión no tiene que ver con que estemos unidos o desunidos sino con qué modelo económico nos vamos a desarrollar". "La unidad no pasa por la homogeneidad en cuanto a las propuestas e ideas, sino poder debatir un modelo que pueda dar crecimiento y movilidad social ascendente", afirmó. Fernández de Kirchner señaló, además, que en la convocatoria del Bicentenario "siempre estuvo abierta para todos los sectores económicos y sociales". Es absolutamente cierto que la unión o los enfrentamientos entre distintos sectores de la sociedad deben estar condicionados por la discusión del país que propone cada uno, y no al revés. Es decir, no se puede esconder diferencias sólo para aparentar una unión nacional. Las diferencias, en el debate, son enriquecedoras y son preferibles puntos de vista enfrentados aunque genuinos, a posiciones homogéneas hipócritas para aparentar una falsa simpatía. Sin embargo, es mucho más dañina la forma inversa, esa que sostuvo el oficialismo durante el conflicto con el campo: inventar diferencias donde no las hay, para encubrir intereses sectoriales inadmisibles públicamente. Es decir, mucho peor que “mentir amor” para sostener la unidad, es inventar contradicciones para justificar resentimientos irracionales. Entonces, la cuestión no es si estamos unidos o no, sino si las diferencias fueron suficientemente importantes para justificar tamañas movilizaciones políticas y agresiones contra un sector de la sociedad, a la que el Gobierno insistió en denominar “oligarquía”, una arbitraria abstracción con la que se pretendió amontonar y condenar a todo aquel que no adhiriera a las pretensiones (¿caprichos?) del kirchnerismo.

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