viernes, 19 de junio de 2009

Estatizaciones, privatizaciones y matices


Como siempre sucede en los discursos políticos de campaña, los candidatos buscan eliminar los matices para demonizar a los adversarios al identificarlos con otros dirigentes o hechos que la sociedad condena o teme. Así, el PRO-peronismo busca que los ciudadanos identifiquen al kirchnerismo con el chavismo, mientras el oficialismo hace lo mismo con Macri y De Narváez en relación al menemismo, y con el radicalismo en relación a la Alianza, que llevó al poder a Fernando de la Rúa. Ahora el debate es privatizaciones versus estatizaciones. "Que se olviden de privatizar el sistema jubilatorio para dárselo a unos pocos, para que lo usen en beneficio personal como lo hicieron desde 1994 hasta la fecha", dijo Kirchner en un acto. Esas declaraciones fueron una eficaz respuesta a la propuesta opositora. Es que De Narváez había respaldado a Mauricio Macri, que se había manifestado a favor de pasar a manos privadas nuevamente a Aerolíneas Argentinas, a Aguas Argentinas y al sistema de jubilación, que fue estatizado el año último por el Gobierno. De Narváez se refirió al caso de Aerolíneas. Dijo que fue "un enorme error" la reestatización. Y amplió: "Sigue perdiendo plata todos los días". Versiones de prensa aseguran que Kirchner considera que Macri le hizo un enorme favor al Gobierno al defender las privatizaciones, y puede tener razón. Pese a lo que puede creer el Jefe del Gobierno porteño, la reestatización de los fondos en las AFJP no generaron el rechazo social que quizás él cree, y hay mucha gente que considera el sistema estatal mucho más confiable que el privado. Sin embargo, el caso de Aerolíneas Argentinas es otra historia. Las informaciones sobre las millonarias pérdidas y la creciente ineficiencia de la empresa aérea si provocan un rechazo generalizado a la intervención arbitraria y demagógica del Gobierno. En el caso de las AFJP, se trata de un negocio financiero con fondos de los trabajadores, en el que está el juego el futuro de todos ellos. Pero Aerolíneas es una empresa de servicios como muchas otras, en cuyo éxito o fracaso debiera ser absolutamente independiente de la intervención del Estado. En este debate han quedado de de lado los matices que, como se puede ver claramente, para esta cuestión son fundamentales.

martes, 9 de junio de 2009

Nueva recomendación


El Estado ha vuelto (si es que ustedes creían que se había ido)

Por Paul Kennedy (historiador de la Universidad de Yale)

(Publicado el 10/06/2006 en el diario Clarín)


Algo curioso le sucedió a la sociedad humana en algunos lugares de Europa occidental hace unos quinientos años. Las unidades territoriales más chicas, ducados, principados, ciudades libres, regiones que dominaban caudillos bélicos anárquicos, y también zonas fronterizas violentas, cedieron paso a una serie de Estados-nación unificados (España, Francia, Inglaterra y Gales) cuyos gobiernos proclamaron poderes extraordinarios: monopolio de la fuerza policial y militar, derecho a recaudar impuestos y a establecer estructuras uniformes de gobierno, además de una asamblea nacional, una lengua común, himno, bandera, sistema postal y todos los atributos de la soberanía que los 192 miembros actuales de la ONU dan por descontados. El Estado nacional había llegado, y el mundo ya no volvería a ser el mismo.
Ahora bien, el Estado siempre tuvo enemigos y críticos, entre ellos muchos intelectuales que con audacia pronosticaban su caída. Karl Marx, por ejemplo, vaticinó que el futuro triunfo del comunismo internacional llevaría de forma inevitable a la "extinción del Estado".
Hace menos tiempo -y eso nos acerca al tema de esta columna-, observadores del capitalismo de libre mercado sin controles sostenían que el mundo se estaba convirtiendo en un gran bazar en el que los gobiernos eran mucho menos efectivos, las guerras y conflictos pertenecían al pasado, la Guerra Fría era una curiosidad histórica y las finanzas cosmopolitas constituían la fuerza dominante en los asuntos internacionales. Los lectores recordarán libros con títulos tan desconcertantes como El mundo sin fronteras (Kenichi Ohmae, 1990) y artículos audaces sobre "El fin de la historia" (Francis Fukuyama, 1989) como ejemplos de esa línea de pensamiento. Si el mundo pertenecía a algún grupo, era a los jóvenes ejecutivos bancarios de Goldman Sachs, a los capitalistas de riesgo y a los economistas del laissez faire. El Estado era algo anticuado, sobre todo en lo relativo a sus formas "sobredimensionadas" o de estilo totalitario.
Pues bien, dos importantes acontecimientos de principios del siglo XXI cuestionaron la premisa de que ya no necesitamos -ni tenemos por qué prestar atención a- lo que los conservadores estadounidenses califican en términos despreciativos de "big government". El primero fue el atentado terrorista del 11 de septiembre. Las acciones inesperadas y mortíferas de actores no estatales causaron una profunda herida al país más poderoso del mundo y lo llevaron a una asombrosa serie de respuestas contra al-Qaeda y luego contra los talibanes. También lo hicieron movilizar a la mayor parte de los otros gobiernos del globo para que éstos actuaran en defensa del orden de cosas centrado en el Estado.
Medidas de seguridad de todo tipo, una vasta acumulación de datos sobre ciudadanos particulares, el acto de compartir la inteligencia nacional con otros estados, así como medidas coordinadas contra cuentas bancarias sospechosas y productos prohibidos fueron algunas de las muchas consecuencias de la llamada guerra contra el terrorismo.
En lo que a mí respecta, escribí esta columna durante un reciente viaje por el mundo durante el cual el Estado fue algo omnipresente: en el aeropuerto de Roma pasé por tres controles de seguridad antes de llegar al sector destinado a la clase business, donde comenzaría una nueva serie de controles. Todo eso habría parecido muy raro hace veinte años. Si al miedo al terrorismo se le suman el recelo generalizado y las medidas contra la inmigración ilegal, se tiene la impresión de que el Estado sin fronteras, si es que alguna vez existió, quedó ahora reemplazado por controles gubernamentales y demostraciones de autoridad en todas partes.
El segundo acontecimiento aterrador es la crisis financiera de 2008-2009, en la cual la extendida irresponsabilidad del mercado inmobiliario subprime de los Estados Unidos tuvo un efecto dominó en todo el mundo y afectó a personas, bancos, empresas y sociedades enteras en un radio de miles de kilómetros. Pueden hacerse muchas observaciones en relación con este revés dramático, pero sin duda una de las más importantes debe ser la forma en que humilló a los que el novelista estadounidense Tom Wolfe bautizó con sarcasmo "los amos del universo", vale decir, los ejecutivos de la banca comercial, los asesores de fondos de cobertura y los falsos profetas de un índice Dow Jones en eterno ascenso. También se desplomaron algunas de las firmas financieras más distinguidas y venerables.
Lo que quiero destacar es que el mundo del capitalismo de libre mercado sin controles llegó a un fin abrupto y estremecedor y que el Estado intervino para retomar el control de los asuntos financieros y también de los políticos. En distintas partes del mundo, por supuesto, el Estado nunca desapareció y para fines de la década de 1990 ya había indicios de que aumentaba su poder en países tan diferentes como Rusia, China, Venezuela y Zambia.
Es, por lo tanto, el giro en las que hasta ahora habían sido economías de mercado, sobre todo en los Estados Unidos, lo que constituye el más asombroso de los cambios. Ver que las comisiones legislativas interrogan una y otra vez a los principales banqueros de los Estados Unidos, ver que sus empresas quedan sometidas a "pruebas de resistencia" gubernamentales, enterarse de que sus sueldos y sobresueldos, antes ilimitados, en el futuro deben tener un "techo", supone presenciar el derrumbe de gigantes. Es también un poderoso recordatorio de la fuerza latente del Estado-nación.
¿Quiénes son ahora los amos del universo, los Señores del Capital que año a año acudían en sus limusinas y helicópteros al Foro Económico Mundial de Davos, o los funcionarios de rostro adusto que están al frente de nuestros bancos centrales y Departamentos del Tesoro nacionales? La respuesta es obvia.
Hasta las grandes instituciones financieras globales bailan al compás de sus amos políticos, vale decir, los gobiernos que tienen el mayor poder de decisión en el seno de las mismas. Es verdad, el Fondo Monetario Internacional puede recibir miles de millones de dólares más en recursos para ayudar a las economías afectadas y las monedas que declinan, ¿pero de dónde salió esa autorización? De un grupo de gobiernos nacionales que vieron la necesidad de rescatar el sistema financiero mundial. No importa que haya sido decisión del viejo G7 o del nuevo G20 en su última reunión de Londres; lo que importa es que es evidente que fue un acto "G", un acto "Gubernamental".
En resumen, el Estado volvió al centro de la escena (si es que alguna vez había abandonado el teatro en lugar de limitarse a hacer una pausa tras bambalinas). El porcentaje gubernamental del PBI de la mayor parte de los países está en decidido aumento, a tono con el gasto del Estado y las deudas nacionales. Todos los caminos parecen conducir al Congreso, al Parlamento o al Bundestag, o al Banco Popular de China. Los mercados estudian con ansiedad hasta el más mínimo indicio de una alteración de las tasas de interés o cualquier comentario -deliberado o producto de la torpeza- sobre la fuerza del dólar estadounidense.
Nada de eso habría sorprendido a los reyes Valois de Francia, a los monarcas Tudor de Inglaterra ni a Felipe II de España. En definitiva, y para citar una de las frases favoritas del presidente Harry Truman, "el dólar se queda aquí", vale decir, que las autoridades políticas, electas o no, son las que tienen las riendas del poder.

lunes, 13 de abril de 2009

Naturalizar lo obsceno


El matutino La Nación publicó en su edición de ayer un informe sobre el clientelismo político en el conurbano bonaerense. En uno de los párrafos afirma: “media docena de beneficiarios relatan su dilema: sienten que gracias a los referentes políticos tienen un techo, pero detestan que acosen a las mujeres, que decenas de "ñoquis" aparezcan sólo los sábados porque es el día de cobro, o que la entrega de las casas llegue con una advertencia: "No te olvides que para la temporada de elecciones se te va a necesitar"…”. La publicación hace referencia a las prácticas “políticas” en el conurbano bonaerense, donde se jugará la mayor parte del destino del Gobierno Nacional en las próximas elecciones, y donde Néstor Kirchner ha puesto la mayor parte de sus fichas. Sin embargo, nadie del oficialismo ha salido a desmentir estas denuncias como sí lo han hecho con otras informaciones tanto de La Nación como de Clarín o de cualquier otro medio que le es esquivo. Cuando una persona tiene que soportar en silencio que acosen a sus hijas o a su pareja porque su reacción podría quitarle los bienes con los que fue “favorecido”, entonces estamos hablando de una relación de semi esclavitud, de sumisión absoluta a las personas que ostentan el poder, una situación de absoluta indignidad. Quienes se dicen progresistas, quienes dicen buscar la liberación del pueblo, no pueden de ninguna forma utilizar estos medios para ganar una elección. El clientelismo se ha profundizado en la Argentina al ritmo del crecimiento de la pobreza. Ha crecido poco ha poco hasta niveles intolerables. Es deber de todos combatirlo y denunciarlo, aunque como es difícil la demostración en la Justicia ya que estas prácticas no son del todo ilegales aunque sí evidentemente inmorales, muchas veces la prensa es el mejor medio para ponerlo en evidencia. De no luchar contra esto, terminaremos por convertir estas atrocidades en cosas cotidianas. Terminaremos por naturalizar lo obsceno, lo aberrante.

domingo, 5 de abril de 2009

Alfonsín y la sociedad


Este editorial, ya no debería ser sobre Raúl Alfonsín. Si como afirma Carlos Pagni en La Nación “la experiencia alfonsinista fue tan tormentosa que casi todas sus iniciativas indignaron a muchos de los que hoy lo homenajean”, y ennumera: “Punto Final y Obediencia Debida, hiperinflación, salida anticipada del poder, pacto de Olivos, colapso de la Alianza y establecimiento del duhaldismo en el gobierno”. Entonces sin duda ya no tendríamos que estar hablando de él, y más con lo que reclama Jorge Lanata, en Crítica de la Argentina, como un hijo a un padre: “¿Por qué nunca nos dijo quiénes fueron los responsables del ‘golpe de mercado’ que lo obligó a entregar el poder seis meses antes?”. Entonces no se comprenden los homenajes de todo el espectro político argentino. No se comprenden las lágrimas derramadas desde que se conoció su muerte ni tampoco las inesperadas multitudes que asistieron a despedirlo en un acto que no tiene antecedentes desde la muerte de Perón, de quien sí se dijo –y se dice- fue un gran gobernante. Fue sorprendente e inesperado. ¿Qué pasa entonces que recién hoy reconocemos los méritos y la capacidad de Alfonsín y hasta quizás añoramos un presidente como lo fue él? La respuesta podría ser que la sociedad argentina era, por aquel entonces, democráticamente inmadura y no tenía la capacidad para valorar a ese gigante dirigente, que no tuvo el margen del que gozaron sus sucesores para gobernar. La respuesta puede ser que ahora sí, después de 25 años, la sociedad argentina ha comenzado a valorar la honestidad, la cautela y las convicciones, por sobre las promesas mesiánicas y las soluciones finales. La respuesta puede ser que, gracias a Alfonsín y hombres como él, que perseveraron en la defensa de la institucionalidad por sobre las crisis coyunturales, que hoy el pueblo argentino está más maduro que la clase política. Quizás por eso, hoy es la sociedad la que contiene los excesos de quienes ostentan el poder, y no como le ocurrió a Alfonsín, que fue él quien contuvo las pasiones exacerbadas para proteger la libertad, la democracia, de la que ahora gozamos todos.

Alfonsín jubilado

Con la muerte de Raúl Alfonsín, se ha puesto el énfasis en la pérdida del mayor defensor de la democracia argentina, una institución que evidentemente no gozó ni del respeto ni de la popularidad que sí tiene en otros países con mayor desarrollo democrático. Al día de hoy, a 25 años de la asunción del caudillo radical y con las urnas en los cuartos oscuros, y no “guardadas” como ironizó algún presidente de facto con la obsecuente complicidad de algún periodista estrella de ese momento, las nuevas generaciones no pueden comprender completamente el cambio radical que se produjo en la concepción nacional de la política y el poder. Antes de 1983, y durante un tiempo después -no muy corto- en que aún ciertas concepciones ideológicas mantenían su popularidad, era común que algún comensal de una mesa de café se pronunciara contra la democracia sin que esta apreciación haya sido considerada descabellada o dentro de las formas. Y ojo: ese comensal no necesariamente tenía que pertenecer a la derecha ideológica, porque detractores de la democracia los hubo en la mayor parte del espectro político nacional. Hoy, pase lo que pase, la sociedad argentina ha internalizado la necesidad de que sea la voluntad popular la que se pronuncie siempre, en última instancia, sobre cuál debe ser el destino de la Nación. ¿Y cómo se ha llegado a este punto, sobre todo en un país donde la pasión es una gracia mucho más apreciada que la racionalidad o el esfuerzo individual? Ese sea quizás, y hay que ponerle énfasis, el patrimonio más admirable de Raúl Alfonsín: su militancia. Probablemente haya perdido muchas más elecciones de las que ganó, y sin embargo nunca se dio por vencido. Supo que la Patria no se construye de un día para el otro, y sólo desde el lugar de máximo poder, sino que es un proceso lento y hay que seguir las convicciones desde el lugar que cada uno ocupe. Así lo hizo cuando fue Presidente, pero también siempre que quisieron –en vano- marginarlo de la toma de decisiones. Por eso, como dijo algún diario en alguna columna de las miles que se publicaron sobre la muerte del ex Presidente, recién el martes, con su muerte, Raúl Alfonsín se jubiló.

El mundo después de la crisis


El ex presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, y marido de la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, pronosticó la semana pasada que de esta crisis saldrá un modelo económico del siglo XXI en el que "se hará más dinero produciendo bienes y servicios, y menos en las finanzas". Reconoció que "aún se hará dinero en las finanzas, pero no construyendo castillos de arena". Clinton pronosticó que los planes anticrisis del presidente norteamericano, Barack Obama, funcionarán, pero admitió que no sabe cuándo se saldrá del colapso. Sin embargo, ayer se conoció una muy mala noticia que contradice la teoría del ex Presidente de los Estados Unidos. La automotriz General Motors podría ir a la bancarrota, según aseguró su nuevo presidente, Fritz Henderson, en una actitud distinta a la de su antecesor, Rick Wagoner, quien renunció la semana pasada ante las presiones de la Casa Blanca. "Si en 60 o 55 días" la empresa no se reestructura y baja sus costos de producción, "vamos a tener que ir a la bancarrota", aceptó Henderson. Wagoner se vio obligado a dar un paso al costado ante las presiones del gobierno del presidente Barack Obama, que condicionó la ayuda financiera a que la compañía presente un plan de reestructuración viable para el 1 de junio. General Motors perdió más de 82.000 millones de dólares en los últimos cuatro años, y en diciembre evitó la quiebra gracias a un préstamo millonario del gobierno. Sus acciones en Wall Street valían 43 dólares hace un año, mientras que el viernes se cotizaron a 2,10 dólares. Lo curioso es que cuando se auxilió a empresas financieras, el Gobierno de los Estados Unidos no puso tantas condiciones como las que deberán cumplir las automotrices. La conclusión de Clinton es la misma que las de los economistas progresistas, y suena a todas luces demasiado ingenua. Creer que las fábricas, las empresas productoras de bienes y servicios, con todos los riesgos y las cargas que implican, en un sector más rentable que las finanzas es una utopía si los gobiernos de los países más poderosos del mundo no actúan con ese fin. Las demoras en las decisiones de fondo siguen, y las pérdidas de empleos crecen y crean un caldo de cultivo para la proliferación de estallidos sociales, y esta vez no sólo en el Tercer Mundo.

jueves, 26 de marzo de 2009

Más oscuridad

En el medio de los polémicos ataques oficiales al multimedios Clarín, encabezados por el Presidente del Partido Justicialista, Néstor Kirchner, un episodio por demás preocupante fue denunciado esta semana. Tal como ocurrió el martes y el miércoles, l canal de cable Todo Noticias afirmó ayer que continúan las interferencias en su señal televisiva "por acciones ajenas". El martes, Artear Argentina, la empresa productora de contenidos del Grupo Clarín, había denunciado que en las últimas 48 horas sufrió "interferencias que impidieron la recepción de sus señales televisivas, que van vía satélite al interior y exterior del país". Según un informe de la compañía Intelsat, titular del satélite IS-3R, la situación afectó las señales de Canal 13 y TN (el canal de noticias del grupo), así como Metro, Volver, Magazine y TyC Sports, entre otras". "Todo Noticias informa a sus televidentes que una vez más su transmisión está siendo interferida por acciones ajenas a este canal y por razones que aún se investigan", advirtieron desde su página de Internet. Estas denuncias son por demás graves, en un momento en que no sólo se produjo una ofensiva de altos funcionarios y dirigentes K contra el multimedio, sino que se ha transformado en parte del discurso oficial que ya forma parte de las costumbres de toda la militancia kirchnerista. Por todo esto, ante los ojos de cualquier militante K, Clarín y todo el espectro de medios que no le son favorables al Gobierno, se han transformado en enemigos de la Patria, es decir, el enemigo a destruir sin importar los medios. En un país donde un testigo protegido -como Julio López- que denunció a la Dictadura desaparece sin rastros; donde los reales números de la pobreza y de la indigencia son un misterio absoluto; donde los patrimonios de altos funcionarios crecen sin que nadie sepa cómo, no es bueno echar más oscuridad. Por lo menos, para que el manto de sospecha que cubre al Gobierno no crezca, debe esclarecerse quién y por qué evita que los argentinos no puedan informarse. El Poder Ejecutivo tiene todos los instrumentos para informar correctamente aquello que, considera, ha sido comunicado maliciosamente errado o desvirtuado.

viernes, 20 de marzo de 2009

Intertexto

¿Para qué decir algo cuando lo que pienso ya fue magistralmente explicado? Esto artículo es viejo, no lo había recomendado pero vale la pena. Además, las ciertos detalles históricos que, obviamente, quienes no lo vivimos podríamos citar pero no narrar, lo hacen más atractivo. Este es "El fin del falso progresismo", de Jorge Fernández Díaz, publicado en el diario La Nación el 9 de enero de 2009.

lunes, 2 de marzo de 2009

Otra vez la excusa progresista

La Presidente Cristina Fernández de Kirchner repitió en el Congreso de la Nación gran parte del discurso que sostienen los líderes de todos los países del primer mundo sobre la crisis global aunque, como siempre, realizó una conveniente de algunas cuestiones y se puso, junto a su Gobierno y todo el movimiento K, dentro del grupo vencedor al haber (supuestamente) advertido sobre los problemas del sistema global antes de que ocurriera la hecatombe. Pese a que sus políticas nada tienen que ver con el progresismo que dicen abrazar, Cristina insiste en quedarse de ese lado victorioso, y con este argumento es que también buscan acaparar la comercialización de productos agropecuarios, y éste es exactamente el problema. En el Estado Argentino hay instituciones que funcionaron perfectamente a pesar de algunas pésimas administraciones y de la corrupción generalizada en algunas etapas. Uno de esos entes es el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, mejor conocido como Indec. Este ente estatal trabajó con gran eficacia durante mucho tiempo sin importar la bandera política del oficialismo nacional. Ahora, con la oscura intervención del Gobierno podemos ver lo peligroso que es manipular algo que –parecía- tan inofensivo como los índices económicos. Ahora podemos ver lo peligroso que es la utilización política de algunas instituciones oficiales. ¿Qué podría suceder entonces si el Gobierno Nacional, a través del brazo extorsivo que encarna Guillermo Moreno, manipulara de la misma forma ciertos expedientes que determinen el precio de los granos, lo que incidiría directamente en la supervivencia de ciertos productores o de algunas empresas?. Dios nos libre. Entonces, llamemos a las cosas por su nombre. La propuesta del Gobierno, como durante el conflicto con el campo, nada tiene de ideológico. Es otra intentona por subordinar a un grupo que le fue esquivo como es el sector agropecuario, además de manejar en beneficio propio (y no del pueblo argentino) los millonarios recursos que produce el vasto y rico territorio nacional. Que el kirchnerismo, con la irresponsabilidad, arbitrariedad y el irrespeto institucional demostrados hasta aquí, pretende un sincero debate sobre el comercio de granos o la redistribución de la riqueza es mentira o una broma de mal gusto.

viernes, 27 de febrero de 2009

Se puede hacer, pero no ahora


Sólo era cuestión de tiempo. Un Gobierno como el kirchnerista, que utilizó su presunta pertenencia ideológica a la izquierda para intervenir en cualquier sector de la economía para le permitiera conseguir poder, mientras aquellos espacios menos rentables y más riesgosos quedaron a la buena de Dios, ahora sí amenaza ir por todo. Ayer los matutinos porteños revelaron la intención oficial de estatizar el comercio de granos y subproductos mediante un decreto de necesidad y urgencia. Aunque no trascendieron detalles del proyecto, habría un único comprador y vendedor de granos, harinas y aceites que se encargaría de abastecer la demanda doméstica y comercializar al extranjero los saldos exportables. No sorprende el proyecto oficial, lo que sí sorprende es el momento en el que el Gobierno pretende hacerlo. Esta no es una medida como la reestatización de los fondos de pensión, cuya única resistencia se encontraba en un puñado de empresas que manejaban ese dinero. Las pretensiones actuales del Gobierno son las de manejar completamente el mercado de los miles de productores que el año pasado le provocaron su mayor derrota política. Si Néstor Kirchner, durante su mandato con índices de popularidad por las nubes, hubiese decidido tomar esta medida, con un precio de los granos mediano en el mercado internacional, lo habría podido hacer sin mayores problemas. Pero ahora no. ¿Acaso el Congreso de la Nación no votó ya contra la política agraria kirchnerista? Las palabras del titular de la Federación Agraria Argentina, Eduardo Buzzi, que por su extracción ideológica de izquierda debiera ser el sector rural que más apoye la estatización del comercio del sector lo dejaron muy en claro. "Nosotros siempre creímos en la intervención virtuosa del Estado para la defensa de los productores en el proceso de formación de precios y por eso propusimos la recreación de una junta de granos moderna con participación de productores, usuarios y consumidores. Pero de ahí a la estatización del comercio de granos hay kilómetros de distancia, más aún si se trata del Estado administrado por los Kirchner", dijo. Desde el otro lado, la derecha del campo que encarna la Sociedad Rural Argentina, ya se marcó posición pero con tono de amenaza. "Sus efectos serían aún más devastadores que la resolución 125 y colocarían al país en un escenario de mayor conflictividad social que el que ya se vivió en 2008", dijo Hugo Biolcatti sobre el proyecto oficial. Este año no es 2003 o 2006, esta no es la Argentina paupérrima y desmoralizada que depositaba su fé ciegamente en cualquier proyecto mesiánico. La sociedad actual ya puede ver las limitaciones del proyecto K, como también las vio en el menemismo. Cualquier cambio importante en el país, que implique avanzar sobre los privilegios de las grandes corporaciones (como los gremios o las grandes empresas) ya no podrá ser llevado a cabo por el kirchnerismo porque simplemente ya ha desperdiciado su oportunidad dorada.

jueves, 26 de febrero de 2009

Un fantasma que no sólo preocupa a la CIA


La publicidad del que debió ser un informe secreto de la CIA sobre la situación Argentina en 2009 generó la inmediata e “indignada” reacción del Gobierno Nacional, que exigió explicaciones. El texto, que fue presentado al Presidente de los Estados Unidos Barak Obama, advertía sobre una creciente inestabilidad política y social en nuestro país, en Ecuador y Venezuela, como consecuencia de las repercusiones de la crisis financiera global. Ayer, un cable de la agencia DyN dio cuenta de las crecientes movilizaciones de los piqueteros duros, en consonancia con la erosión de las condiciones sociales por esa misma razón, que ya ha provocado miles de despidos en la Nación. Algunas de estas agrupaciones de izquierda fueron aliadas del Gobierno pero se alejaron por vaciamiento ideológico del kirchnerismo. Mientras tanto, el Gobierno Nacional sigue con su sangría de dirigentes, con lo que su debilitamiento se agrandando casi proporcionalmente a la cercanía de las elecciones legislativas. La Presidenta, por su parte, embistió contra el campo y todo indica que estamos ante una reedición del conflicto que golpeó con fuerzas a todo el país, sobre todo a su economía. Así, con el oficialismo sembrando enemistades, su poder depende cada vez más de su alianza con los sectores más retrógrados del sindicalismo nacional, encabezados por el polémico camionero Hugo Moyano. Importantes sectores del Justicialismo ya le han dado la espalda al Gobierno y si bien aún no perdió las mayorías en las dos cámaras del Congreso Nacional, una derrota en las elecciones provocaría una grave crisis de poder en el Ejecutivo. Todo esto sucede mientras el mundo vive una de las peores crisis económicas de los últimos 100 años. ¿Entonces qué puede recriminársele a la CIA estadounidense más que el hecho de haber convertido en públicos todos nuestros temores?

miércoles, 25 de febrero de 2009

Otra grave y absurda descortesía


Una persona es invitada a una reunión, repleta de amigos del anfitrión. En el curso del encuentro esa persona (el dueño de casa) le enrostra imprevistamente al invitado ciertas cuestiones que solamente habían tratado en privado y habían de seguirse conversando posteriormente. Ante tal situación, los amigos del anfitrión celebran la supuesta puesta en evidencia de la falta del invitado, sin mayores juicios, sin escuchar argumentos de la parte acusada y, encima de todo, evitan una defensa con una silbatina cuando el invitado se apresta a hablar. ¿Cómo se podría llamar a una situación semejante? ¿Qué relación propone el anfitrión con el invitado ante semejante descortesía, por no decir agresión? Ese fue exactamente el tratamiento que la Presidenta Cristina Fernández dio al gobernador santafesino Hermes Binner. Ayer, en un acto en el que mandatario provincial no pudo disimular su incomodidad -soportó estoico, abucheos de los militantes peronistas movilizados para el encuentro-, la presidenta no tuvo prurito en enrostrar a la gestión socialista el “récord” de transferencias de fondos que giró la administración K a Santa Fe. Las declaraciones de Fernández eran una respuesta al reclamo del santafesino por 4.000 millones de pesos que la administración central adeuda a esa provincia. A la Presidenta no se le escapó detalle y enumeró los fondos que el gobierno nacional distribuyó a Santa Fe. Después de haber sufrido la fuga de gran parte del PJ santafesino, el kircherismo tiene en Binner -si no un aliado- la única puerta al diálogo y a eventuales alianzas pragmáticas en esa provincia. No se puede comprender, entonces, el desaire, la agresión, la grave y absurda descortesía cometida por el oficialismo contra un hombre que hizo todo lo posible por no cortar la relación con el Gobierno Nacional. Esas formas, esas malas costumbres, esa falta de códigos y de respeto mínimo por nadie, es una de las causas de la debacle K. Es increíble que, hasta el día de hoy, el Gobierno Nacional no haya querido percatarse de ello.

lunes, 16 de febrero de 2009

Hugo Chávez y América Latina


¿Qué le espera a Venezuela después de la victoria de Hugo Chávez? ¿Qué impacto tendrá en la región? ¿Acaso el venezolano se transformará en el modelo de gobernante a imitar por otros países latinoamericanos? ¿Estamos ante el alumbramiento de un Fidel Castro del Siglo XXI? Todas son preguntas difíciles de responder. Para empezar Venezuela, la mayor potencia petrolera de la región, no es una masa homogénea de individuos que siguen ciegamente a un líder, como puede haber sucedido en la Rusia stalinista. Menos de la mitad de los votantes de ese país apoyaron la nueva reforma de la Constitución que permitirá al Presidente la reelección indefinida. Si bien Chávez ganó con el 54 por ciento de los votos, hubo un 30 por ciento de abstención. Además, no hay que olvidar que este es el segundo plebiscito sobre la cuestión, ya que en el primero el líder bolivariano fue derrotado. De todas formas, queda claro que la sociedad venezolana seguirá dividida. Por otro lado, y a pesar de los teóricos analizan a la región como un todo homogéneo, las naciones latinoamericanas son muy diversas. Las diferencias entre Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Venezuela, Chile, Perú o Brasil son muy fuertes, y pese a que pueden hallarse algunas coincidencias entre las tendencias políticas de sus líderes actuales, difícilmente cualquiera de los demás Presidentes –salvo Evo Morales- tenga pretensiones o crea posible acceder a una reelección indefinida como la del venezolano. Por último, y pese al escozor que provoca la sola imagen de Chávez en Estados Unidos y en algunos sectores de la sociedad argentina, quien tomó la decisión –cuestionable, quizás- de permitirle la posibilidad de seguir en el poder fueron los ciudadanos a través de su voto, una costumbre que tiene apenas un par de décadas en la región. A líderes tan diferentes, como Fidel o Pinochet, jamás se les ocurrió se les ocurrió consultar o respetar la voluntad de sus pueblos. Mientras sean las urnas las que legitimen, habremos superado un escalón en Latinoamérica, y por ello hay seguir muy atentos a que la voluntad de los pueblos siga respentándose.

jueves, 15 de enero de 2009

Los burócratas y los trabajadores

Ayer se produjo un episodio que tenderá a expandirse por todo el país si la CGT mantiene su alineamiento y apoyo incondicional al Gobierno Nacional: la ruptura entre los grandes burócratas sindicales y las bases. En Santa Fe, trabajadores metalúrgicos y productores de la Federación Agraria Argentina cortaron la importante ruta 9, a la altura de Villa Constitución, para reclamar contra el Poder Ejecutivo. Esta suerte de fusión en la protesta es inédita, y debería preocupar al Gobierno. La versión K de la Historia Argentina nos dice que jamás podrían estar del mismo lado los productores y los obreros. Es más, tendrían que estar necesariamente enfrentados por pertenecer a diferentes clases sociales. Los primeros deberían pertenecer o adherir a movimientos como la difunta y neoliberal UCeDé, a algún partido golpista de extracción militar o, en el mejor de los casos, formar parte del gorilismo representado en la derecha radical, esa que siempre está lista para golpear las puertas de los cuarteles. En el caso de los trabajadores metalúrgicos, ellos deberían alinearse automáticamente a la militancia en alguna de las agrupaciones que impulsan y sostienen al Gobierno Nacional y Popular, encarnado en la figura de Cristina Fernández de Kirchner, con Néstor como su principal asesor. Pero la realidad muestra otra cosa. Muestra fotografías de hombres, algunos del campo y otros de las industrias, que cortan una ruta –medida extrema para cualquier protesta- porque están cansados del incumplimiento oficial. Como moño de este cambalache clasista al que sólo se puede llegar con un exacerbado empeño en la incoherencia, basta la declaración de la Unión Obrera Metalúrgica “Nacional” (UOM), uno de los gremios más cercanos al Gobierno K que se atribuye ser "la única autoridad facultada para representar la voluntad de los trabajadores". Cabe aclarar que la seccional Villa Constitución de la UOM pertenece a la disidente CTA, como la Federación Agraria, mientras que el gremio metalúrgico nacional está afiliado a la CGT, que conduce el ultra-K Hugo Moyano.

martes, 13 de enero de 2009

Una cronología acertada


En la nota que se publica a continuación, el periodista Jorge Fernández Díaz, describe a través de una suerte de cronología de los cambios en la sociedad argentina durante los últimos 20 años, qué es realmente el Kirchnerismo y quiénes son sus aliados. Esta nota de opinión, que sumada a la anteriormente publicada de Martín Caparrós, echa un poco más de luz sobre la verdadera dirigencia argentina, la militancia setentista y la actualidad política nacional.

El fin del falso progresismo

Por Jorge Fernández Díaz

(Publicada en el diario La Nación, el 13 de enero de 2009)

Comían en un restaurante del centro y se quedaban conversando hasta la madrugada. Hacían un análisis detallado de la marcha del país y soñaban juntos con lo que sucedería si llegaban al poder. Durante años de menemismo tardío y alianza reluciente, Néstor Kirchner se reunía con uno de sus principales aliados nacionales, hoy desterrado de su gabinete y del país, y hablaba a borbotones de las políticas fundamentales que habría de poner en marcha si llegara a ser presidente de la Nación. Sin saber que el sueño algún día se volvería realidad.
"Te juro que tocamos todos los temas nacionales, hasta los más ínfimos ?me cuenta el desterrado?. Y nunca, jamás de los jamases, mencionó la política de derechos humanos ni los juicios a los represores de la dictadura militar." Inmediatamente después de asumir la Presidencia, Kirchner sorprendió a su amigo al colocar esa problemática al tope de su agenda.
Dos meses después de la llegada de Kirchner a la Casa Rosada almorcé con otro miembro de su entorno, al que conocía desde el otoño de mi propia adolescencia.
Recuerdo que cuando yo era joven él militaba en un partido trotskista y que era un gran jugador de ajedrez. Muchos años después, se ufanaba ante varios contertulios, entre los que yo me encontraba, de su heroica militancia en la Juventud Peronista de la Tendencia. "¡Pero si vos eras trosco y odiabas a los montos!", le recordé. Me lo negó sin pestañear, como si yo estuviera loco. Luego me encontré con dos ex compañeros suyos y me relataron una escena parecida. Estaban escandalizados: el flamante funcionario se había inventando un pasado para pertenecer al círculo áulico de Kirchner. Un ilusorio ayer, como decía Borges. Y se había creído la mentira.
Por aquellos tiempos almorcé también con un ex jefe de la organización Montoneros. Fue un almuerzo un tanto surrealista, puesto que ocurrió en una suite del más famoso hotel de la zona de Retiro.
Los montoneros cantaban, en los setenta, "¡Qué lindo, qué lindo que va ser el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel!". Pero ahí estábamos, en una habitación del Sheraton, degustando platos de autor y libando vinos exquisitos. El ex dirigente se había convertido en un próspero empresario y me citaba para contarme sus múltiples negocios.
Cuando Mario Eduardo Firmenich salió de prisión, el hombre que comía frente a mí y me servía la copa le había dicho: "Pepe, se acabó. Ahora, cada uno por su cuenta". El comandante Pepe siguió un tiempo vinculado a la política, pero mi interlocutor se había desprendido del guerrillerismo y se había abocado con tesón y éxito evidente al mundo de las empresas. Curiosamente, este personaje se sentía más proclive a reconocer errores que muchos intelectuales setentistas: les había pedido perdón a varios de sus antiguos contrincantes políticos, a los que Montoneros había despachado a golpes de granada y metralleta, y tenía mucho pudor en andar levantando el dedo como si pudiera ser fiscal de la República después de haber cometido tantos desatinos: haber pensado que Perón era socialista, haber pasado a la clandestinidad bajo un gobierno democrático, haber asesinado a oponentes y a compañeros, y otras aberraciones de la época.
"¿Y qué piensa de los Kirchner?", le pregunté. El ex dirigente montonero se limpió la comisura de los labios y dijo, educadamente: "Durante la revolución sandinista, el pueblo tomó Managua y los sectores derechistas debieron abandonar en las calles el armamento que tenían y echar a correr. Cuando la batalla había terminado, los estudiantes, que se decían milicianos, salieron de sus casitas y de las facultades, tomaron posición en los nidos de los armamentos abandonados y estuvieron toda una noche disparando contra la oscuridad y contra la nada porque ya no había nadie. Después pidieron medallas. Eran jacobinos con los enemigos, y afirmaban que ellos eran los que habían hecho posible la revolución".
Lo miré a los ojos. El veterano montonero bebió un sorbo de malbec y me dijo: "Los kirchneristas son los milicianos de Managua".
La invención de un ilusorio ayer, la brusca vocación setentista y la repentina adopción de las palabras y los símbolos de la izquierda por parte de un peronista clásico y feudal no son, en sí mismos, buenos ni malos. Son, simplemente, rasgos de un gran montaje: hacer pasar una vez más al peronismo por lo que no es.
Pero ¿por qué los Kirchner adoptaron esta estrategia? La explicación no es psicológica, sino política. Para entender la maniobra, que hoy empieza a desgajarse, hay que partir de un hecho poco estudiado. En la Argentina, el llamado progresismo lideraba la opinión pública.
El progresismo no es un partido. Es un movimiento invertebrado de gran predicamento que se reserva para sí la autoridad moral de velar por los pobres y desposeídos en un mundo dominado por el individualismo y el mercado salvaje. Se trata de un colectivo que integran restos del marxismo, socialdemócratas, ex alfonsinistas, nacionalistas de izquierda y artistas libertarios. Las posiciones progre vienen dominando históricamente el gremio de la prensa escrita, los cenáculos intelectuales y la enorme grey urbana de la queja pop, que representa las "buenas conciencias" y opera desde los sites de los medios y desde los contestadores automáticos de las radios.
Durante largo tiempo, los llamados opinators (opinadores a mansalva) sostenían posiciones "progresistas". Menem unió a toda esta gran familia en su contra: los setentistas, que por historia tenían más experiencia de lucha, condujeron el colectivo contra el riojano y lo hostigaron sin miramientos. Hijo de esa posición unificada resulta el boom del periodismo de investigación y denuncia de los años noventa.
"Contra Menem estábamos mejor", se quejaban los progresistas cuando se dividieron aguas, en época de "Chacho" Alvarez y Fernando de la Rúa: ya no estaban tan seguros de dónde estaba el bien y dónde estaba el mal.
Kirchner y su esposa tenían una pálida y remota militancia de izquierda en los setenta. Pero hicieron fortuna durante la dictadura, integraron la renovación justicialista, acompañaron el proyecto de Menem y, al final, se transformaron en los primeros duhaldistas. Eran tan peronistas que nadie podía confundirlos, en una noche de luna llena, con ningún progre , por más mala vista que tuviera.
Raquítico de votos, en un país que le quedaba grande, Kirchner se propuso entonces cautivar al colectivo progresista e incluso sentarse a su volante. Lo logró con muy poco: ofensiva contra los dinosaurios del Proceso, entrega a los setentistas de la política de defensa, subsidios para las Madres de Plaza de Mayo, empleos públicos directos o indirectos para periodistas e intelectuales adictos, y jubileo para artistas populares del palo.
Fue una estrategia sumamente inteligente y exitosa. El hostigamiento a los represores colocó al kirchnerismo como campeón de los derechos humanos y sepultó bajo ese asfalto de bronce una tonelada de indicios y sospechas de negociados turbios. El tan argentino "roban, pero hacen" fue sustituido imaginariamente por el flamante "roban, pero enjuician".
Lo que horrorizaba en el "menemato" era minimizado e ignorado en la era kirchnerista: como si la honradez progre fuera menos necesaria que la honradez neoliberal. Y así fue como muchos manuales de ética y periodismo se quemaron en la hoguera de la deshonestidad intelectual. No hay que hacerle el juego a la derecha, argumentaban los mismos que eran fiscales éticos e impiadosos del poder en los noventa. Y callaban, o relativizaban, o pateaban la pelota afuera.
Kirchner entendió como nadie esta dicotomía de buenos y malos. Si estás en el lado correcto, tenés a los opinadores a tu favor y se te perdonan los renuncios. Si los tenés en contra, perdés y caés en desgracia. Así de simple.
La anestesia fue tan grande que le permitió seguir obteniendo el apoyo de gran parte de la comunidad progresista pese a sus evidentes políticas de derecha. ¿Podríamos imaginar lo que hubiera ocurrido si Menem o Macri hubieran pagado cash y enterita la deuda externa al FMI mientras existían escandalosas cifras de miseria en el país? ¿O si Duhalde hubiera empujado una ley para permitir un blanqueo de capitales que abriera la puerta al lavado de dinero? Digámoslo en castellano: el progresismo se los hubiera comido crudos. En vez de eso, una parte importante del colectivo festejó el primer gesto como un acto de autonomía del país soberano y el segundo, como el feliz intento de repatriar inversiones para superar la crisis.
A lo largo de cinco años de gestión a todo vapor y con todo el poder, en el país de los Kirchner se abrió la brecha entre los ricos y los pobres, aumentó la concentración económica, se utilizó el superávit para subsidiar escandalosamente a los grandes consumidores eléctricos, se incrementó el gran impuesto a los desposeídos que es la inflación y se pagaron tasas usurarias a Venezuela. El matrimonio presidencial se alió con los barones del conurbano bonaerense (Aldo Rico incluido), apoyó a los gobernadores y caciques más recalcitrantes del peronismo ortodoxo, cedió poder y beneficios a los burócratas sindicales, copó el Consejo de la Magistratura, propició la censura, ayudó económicamente a dóciles periodistas de derecha, mientras echaba de la televisión a Jorge Lanata y Alfredo Leuco y de la radio, a Pepe Eliaschev, creó un sistema de empresarios amigos de dudosa prosperidad y alentó a grupos de choque que se dedicaron a amedrentar y a romper marchas callejeras de libre expresión.
La posición crítica de varios intelectuales importantes del progresismo, como Beatriz Sarlo, y la deserción de Miguel Bonasso, que no tiene relevancia política, pero sí simbólica, va mostrando que la épica progresista montada como relato y coartada tiene límites y fecha de defunción.
Otro amigo mío, que militó en la Juventud del Partido Comunista y que se divierte amargamente con las picardías de Kirchner, me dijo este fin de semana agarrándose la cabeza: "Lo increíble no es que Néstor les haya dado tanta papilla en la boca. ¡Lo increíble es que la hayan comido con tanto gusto! Y ahora, de repente, se despiertan con indigestión, abandonan la cocina y denuncian, indignados, al cocinero. ¿Cuántas veces los van a echar de la Plaza?".